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La Argentina se quedó sin tiempo

La Argentina se quedó sin tiempo

Ya no queda nada por hacer desde el populismo. Los recursos se agotaron y la gente es cada vez más pobre. Incluso los que alguna vez soñaron con la movilidad social o un futuro siempre mejor están convencidos que eso ya no ocurrirá.

Los tiempos han cambiado. Los años se han transformado en meses, los meses en días y los días en horas. Los tiempos políticos son extremadamente escasos, incluso mucho más escasos que los tiempos económicos. A los funcionarios ya dejó de resultarles suficiente el generar expectativas y las repetidas promesas de cambios: hoy eso ya no alcanza.

Tal vez uno de los más grandes cambios que acompañaron a la pandemia en la Argentina haya sido la velocidad en la que han transcurrido los tiempos. Cuestiones que debieron ser parte de un futuro algo más lejano, las vemos ocurrir hoy con gran intensidad.

La brutal emisión monetaria de los últimos dos años, acompañada de mayores restricciones cambiarias y en comercio exterior, fue sin dudas la aceleración de la degradación económica argentina que nos llevó a la total fragilidad con la que se convive.

El populismo siempre termina en desgracia. Tal vez no en sus inicios porque los recursos disponibles evitan la catástrofe. Consumidos los recursos, el quiebre del sistema es inevitable. Lo que hoy se vive en la Argentina tal vez debió pasar dentro de algunos años, sin embargo los tiempos se han adelantado. No solo las consecuencias económicas están a la vista, sino también las sociales y culturales.

Ya no queda nada por hacer desde el populismo. Los recursos se agotaron y la gente es cada vez más pobre. Incluso los que alguna vez soñaron con la movilidad social o un futuro siempre mejor están convencidos que eso ya no ocurrirá: 7 de cada 10 argentinos cree que en un tiempo descenderá de clase social. Toda una muestra del pesimismo que reina en un país que en algún momento se codeó con la grandeza.

La inflación está en su peor momento desde la hiperinflación del año 1990, las importaciones están frenadas y no hay dólares, o al menos no los hay para normalizar el comercio exterior. El tipo de cambio oficial ya es una quimera que solo sufren los exportadores, quienes ya no quieren seguir exportando en virtud de sentirse estafados. A la precaria situación económica, donde la pobreza ronda el 45% y muchos de los que trabajan también son pobres, se suma una bomba monetaria de la que pocos hablan o al menos pocos lo hacen con preocupación: el stock de Leliqs y Pases que el BCRA tiene en su poder y que representan unos 7 billones de pesos, dinero este que corresponde casi en su totalidad a los depósitos que la gente tiene en los bancos. Hoy la tasa de interés hará que en un año ese monto sea el doble. La bola de nieve es cada vez más grande y nadie parece tener las herramientas para detenerla. La inflación contenida puede en algún momento liberarse y tal vez tres dígitos de inflación ya queden escasos. La situación es crítica y no hay más tiempo.

No importan las expectativas que haya podido generar Sergio Massa. Hoy se necesitan hechos concretos. Los necesita el mercado financiero, lo necesita el comerciante, lo necesita la persona común. De una u otra manera, todos necesitan hechos, no palabras ni promesas. Hasta aquí (y con cierta inconsistencia) lo único que se ha visto es más presión impositiva (anticipo a las ganancias adicional), más gasto público (bono extra a jubilados) y más presión sobre el sector privado en general (quita de subsidios). Esperemos que entiendan que el tiempo se agotó y que nada alcanzará si se sigue creyendo que hombres sin hechos pueden evitar la catástrofe.

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